lunes, febrero 20, 2006

Capítulo I. Mudanzas y el catálogo de IKEA


Para comprender el estado anímico en el que me encuentro tras la primera semana en Rue Philippe de Champagne hay que volver al principio del principio. Supongamos que estáis cambiando de vida, que habéis acumulado montañas de recuerdos materializados durante dos años y medio de expatriados en Bélgica y que substituís un mal novio por un buen amigo, una casa en un barrio folclórico por otra en la frontera con Marruecos y una vida medio estable por un limbo sin fin del que sois público pero no parte.

Pues si os lo conseguís imaginar, esa soy yo.

Ahora, no puedes dejar que este tipo de cosas amargue la vida de los que te rodean y mucho menos de tu futuro compañero de piso, tu Quijote, tu Sancho Panza. Y eso intenté. En esas, nuestro querido Ñaro decidió entrar a matar en ese mundo, desconocido para algunos, llamado Decoración de estancias y espacios.

Decidido a sobrevivir a su estado permanente de sin-hogar acogido, Ingo se puso manos a la obra. Invadió nuestro desnudo apartamento y comenzó a transformarlo en un lugar habitable, acogedor y lleno de amor. Cuando me refiero a desnudo quiero decir que cuando entramos no tenía ni WC. De hecho, yo todavía no tengo puerta en la habitación.

Mientras intentaba sobreponerme a una semana de mudanza y al hecho de tener que dejar mi vida anterior, Iñigo luchaba por rellenar a toda prisa una casa que acogió el término de “LOFT”. ¿Razón? Sentado en mi sofá azul inflable, Iñigo observaba la casa y gritaba: “Este es el típico rollo loft”. Con lo que quería expresar que nuestra casa empezaba a quedar de un rollo demasiado modernillo. Dos segundos después, ya había liado a Gonzalo para hacer agujeros en la pared y cargarse de un plumazo ese “ambiente”, colgando la bandera del Toro y viva España en la pared. Ainara todavía no ha superado el trauma y repite constantemente “¿por qué Iñigo, por qué?”.
Por supuesto, mucho antes de que esto ocurriera pasamos por dos episodios laboriosos y difíciles: el viaje a IKEA y las 3.000 mudanzas.

Mudanza: dícese del proceso tocapelotas por el que se trasladan objetos más o menos necesarios de distintos puntos a uno solo.

Traducción: desde 4 casas distintas (la suya y las de Luis, Gonzalo y Celsa), el Ñaro se mudó al LOFT. Desde una sola, la Rebe también. Ahora bien, en mi caso transportamos un sofá de tres plazas y una mesa de seis en un dos puertas utilitario. Calculo que habremos empleado un total de 8 viajes en coche destinados a este fin en una semana, sin contar la furgoneta del IKEA y el traslado de los enseres de Gonzalo a nuestro kel tras su huída de Bruselas.

En este punto querría hacer una mención especial a Gonzalo Bardón, por su apoyo incondicional, su saber estar en situaciones críticas y su habilidad con la Black&Decker. Asimismo, me gustaría romper una lanza por todos aquellos hombres que, como Gonzalo, demuestran que la ilustración personal no está reñida con saber arreglar una lavadora.

Siguiendo con el relato.

Todo aquel que viva en Bruselas, haya estado de Erasmus o pasado una larga estancia en el extranjero sabe que la palabra mudanza va indisolublemente unida a IKEA, ese monstruo escandinavo del mueble perecedero a precio muy competitivo. Pues bien, allí nos fuimos de expedición. Una delegación compuesta por la representación oficial de tres hogares en crisis mobiliaria: Celsa, a quien la mala perra de su ex compañera había dejado con el piso desnudo (se llevó hasta la escobilla del WC); Jimena, la única sin urgente necesidad; y Ñaro, Rebeca y su gran compañero Gonzalo.

Sábado. 15.00 horas. Dos coches. Tres horas disponibles para elegir y comprar y dos para hacer un viaje de ida y vuelta con la furgoneta, pasando por las tres casas. Un momento crítico: cuando no encontrábamos el colchón de Iñigo porque no sabía apuntar la referencia del IKEA; había desaparecido el armario que habíamos elegido; yo me peleaba con un dependiente subnormal (textual, subnormal porque no rozaba el coeficiente intelectual medio); y Celsa recibía llamadas desde la base para ser informada en momento real de cada una de las cosas que inesperadamente la perra de su ex compañera se llevaba de casa y debía reemplazar para provecho de IKEA.

Sobrevivimos, por pelos, a todo y conseguimos, en el último momento, devolver la furgoneta a tiempo evitándonos el cobro de 36 horas (hasta el lunes) a 20 euros la hora en concepto de alquiler.

No sé que queda de todos esos momentos, supongo que un buen rollo brutal (BRB, en honor a Marcos) y varias risas en grupo. Ingo ha aprendido que el respaldo de una silla se puede traspasar con un tornillo, me ha enseñado a poner un lavavajillas y se levanta por las mañanas y me plancha la ropa. Yo por mi parte le he enseñado que montar muebles es cuestión de ponerse y que no tiene por qué tener miedo a vivir conmigo. Y seguimos llevándonos bien e intentando conocernos más allá de la relación cervecera Stage-Luxembourg.

¿Lo digo, no lo digo? Venga, lo digo. Este es el principio de una gran amistad.

Prólogo a la obra

La idea de compartir piso en general, me provocaba ansiedad y curiosidad a un tiempo debido a lo crítico y extremo de las dos experiencias previas que había vivido, una tan positiva y otra tan negativa. El día que, viendo el gesto de ansiedad de nuestro queridísimo Ñaro, escuché salir por mi boca una propuesta informal de convivencia me sorprendió la facilidad con la que me imaginaba la idea. El Ñaro y la Buchó compartiendo home in Brussels. A Luis creo que le dio un ataque de pánico al plantearse que tal vez a partir de entonces tendría que ver a la Rebe si visitaba al Ñaro, pero como Luis ahora es gondolero, ya no nos preocupa.

La cuestión es que tras varias semanas de angustia y tras aseverar perpetuamente a diestro y siniestro que "Mañana encontramos piso", en efecto calló la breva. A manos de un ex-mosquetero flamenco que nos llamó gitanos frente a nuestra futura landlady y cuya única obsesión era que tenía reservado el piso para una prima de una sobrina de una amiga suya, que deseaba con toda su alma retornar a su patria y poder saludar con la mano desde la ventana a su madre, que reside al otro lado de la plaza.

El caso es que mosqueteperros a parte, Ñaro/Indigo/Ingo/Iñigo y yo nos hicimos una serie de cábalas sobre el dinero con el que contábamos. Cual déspota observadora, mande a nuestro querido Ingo a regatear con la dueña y sacamos, mejor sacó, un trato razonable. Así, nos embarcamos en esta aventura que os relato y que espero os entretenga como nos está entreteniendo a todos en Bruselas.