Capítulo V. Mirlos
En tren de alta velocidad hicimos ruta turística por la noche bruselense. Poca cultura y mucha fiesta. Y risas de agujetas. Por su puesto, hicimos lo digno y, al pisar tierras flamencas, Paco y yo nos dirigimos hacia Gante y Brujas para asegurarnos así que el tirón de la caravana alcohólica no nos impediría haber pasado antes una jornada cultural y de regocijo visual por Bélgica. A nuestro paso por Brujas, vivimos la típica descarga acuosa repentina, hicimos las típicas 20 fotos de la guía del turista y metimos la pata hasta el corvejón, como buenos “españolos”, publicando a voz en grito nuestra vida sexual más íntima sin pensar, quién lo hubiera dicho, que los viandantes que llevábamos delante eran de habla hispana.
En Gante inicié a Paco en el extenso mundo de la cerveza belga. Escogí la Galgenhuis, diminuta taberna que en época de Carlos V proveía a los condenados a la horca de su última cerveza y comida. Le planté una Duvel a las cuatro de la tarde, comenzando así un ritmo que se mantuvo invariable a lo largo de su viaje. Ni decir tiene que el hecho de que la Duvel le triunfase tanto hizo bastante por nuestras posteriores juergas.
Exultantes estuvimos todas las noches, pero destacables son momentos como los del Suicide Twist Festival. Aquello se convirtió en una orgía de beatniks y mods enseñando sus vergüenzas en Recyclart (ved fotos porque una vale más que mil palabras). Curiosa fauna. Entre exhibicionistas y vientres de cómic, encontramos a un par de taraos que le repetían a Ainara: “Quieres clic-clic?”. A Paco simplemente le decían: “Mete el dedo aquí”. Y ninguna de las dos propuestas era inocente ni estaba exenta de efectos alucinógenos. Tras la huída del antro de perversión y un intento por mi parte de convertir la casa de Ainara en un after, acabamos Paco y yo en el LOFT, diciendo indecencias y cantando éxitos de Los Piratas, mientras Manolo y Ainara dormían en el sofá. A las diez de la mañana y harto de escuchar cómo desafinábamos, Ingo despertó de su silencio y salió a darnos los buenos días y conversación a Paco, que no tenía ninguna intención de irse a dormir.
Sweet dreams
La noche anterior la apertura del festival acabó con una pelea en plan perros en celo en el Wax, encima de un Donut rojo tamaño gigante que triunfó entre los asistentes e hizo triunfar a más de uno. He de hacer un inciso. ¡Viva España y Viva el Flamenco! Y viva el bailaor de la fiesta española de mi stage, a quien abordé sin tapujos con un “tú no te acuerdas de mí pero yo de ti sí”.
Bueno, a parte de engrosar la lista de degustación cervecera de Paco, el Wax desveló mis talentos más ocultos. Dados ciertos actos de Manolo, entre los que destaca deshacerse del ticket del guardarropa porque “buah, este papelito que mierda es? No me sirve para nada y no encuentro la puta antena del móvil” (trigésimo quinta vez que la perdía esa noche), decidí apelar a mis poderes sobrenaturales y, al grito de “Lolo, tú levanta ese bolso del suelo, haz lo que te digo”, encontramos el dichoso papelito. No me preguntéis cómo podía saber que debajo de aquel icono verde pistacho del mal gusto se encontraba el ticket, pero yo sabía que así era.
No contenta con ello, tenía que resplandecer todavía más en la noche, me empeñé en darle una lección al inexperto sobre cómo intercambiar en el guardarropa, con tono amenazante, el icono verde por la chaqueta, con ticket en mano. Lo cual era totalmente absurdo e innecesario. “Mira, yo tengo un bolso. Y tú una chaqueta. Si me la das es tuyo”. La cara de estupefacción de la “madame cloakroom” se nos quedará grabada para siempre. A continuación, los tres de la mano, nos adentramos en la Bruselas gay. El “Soixante” estaba exaltado y nosotros también. Paco se puso a bailotear con un maromo encima de un mini podio y Manolo se dedicó a recibir propuestas indecentes allí por donde anduvo.
El Donut gigante del Wax
A las 6 de la tarde del sábado llegamos a casa de Andreu. Paella, Pacharán, resaca revoltosa y múltiples discursos absurdos. Ataques de risa descontrolada, propiciados por salidas célebres como la del Ñaro imitando a un “clic de playmobil” (sin articulaciones) sentándose de golpe en el alféizar de la ventana, al grito de “y ahora me siento”. El día siguió y nosotros desbarramos…
El domingo Paco logró por fin ver el sol y Bruselas de día. Se acabaron nuestras noches juntos y despedimos el fin de semana con una película con carga emocional en casa de Ainara. Y cuando creí que iba a descansar me entraron tembleques resacosos de tiempos lejanos de mudanzas. Había que desplazar un sofá de 2m de largo hasta mi casa. Yo sólo pensaba… otra vez no, por Dios. Pero claro, el sofá está de “puturrú de foi” y me lo regalaba la señorita Ainara. La odisea terminó justo después de que mi cabeza se encajase bajo el sofá en lo alto de la escalera mientras intentaba levantarlo con los hombros y Ñaro empujaba desde abajo. ¡Un sofá nuevo bien vale una tortícolis!
Y nada más por ahora. Fred/Fran/Ramón y yo nos hemos visto un par de veces. Hemos vuelto a ir de conciertos y me ha devuelto la intimidad (las cortinas) en mi preciada habitación. Elena (Cookies) me está demostrando que el listón está muy alto y que no hay nada como llevar un Deo Roll-on Nivea en el bolso para ligar en los clubes más “in” de la ciudad. Y Teresa me ha hecho recuperar la confianza en mi hermoso trasero, al cuál le ha hecho todo un “book” fotográfico con la cámara de la compañera de piso de Flo (¿qué pensara ella?).
Lo dicho. Me reconcilio con Bruselas caminando al amanecer por la ciudad. Cruzo la Grand Place hacia el loft mientras mis tacones se pelean con los adoquines. La luz gris de la “stad” aparece entre las esquinas mezclada con el relucir de las farolas. Llega la hora establecida por la Comuna para apagar el alumbrado público y una a una veo morir las guías amarillas de mi camino. Aparece entonces Bruselas, una Bruselas que es mía y de nadie más. En la que los mirlos reinan y donde me siento cómoda. La oda de los Beatles me viene a la cabeza y un mirlo se posa en la verja del Manneken Pis para mirarme. Su color negro le hace perderse en el paisaje. Me detengo a observar la obra, a observar en un pequeño pájaro nocturno de música inconfundible el espejo de lo que soy y de lo que quiero ser, un mirlo cantando al amanecer.
Lolo, Ainara y Paco... buena combinación